domingo, 4 de noviembre de 2007

Cuento de Mongolia - Cuento del toro



Había una vez un toro enorme. En su cabeza vivía un rico. En el riñón vivía otro, y en el fondillo otro más. El rico de la cabeza tenía pastos de invierno y de primavera para su ganado. El rico del riñón lo mismo tenía pastos de invierno y de primavera. Dijo el rico de la cabeza al del medio: –En los últimos tiempos este toro no ha comido hierba–. Díjole entonces el rico del medio al del fondillo: –Este estómago hueco se está vaciando–. El del fondillo respondió: –Ah, yo he vivido aquí muchos años, y este toro aún no ha vaciado sus intestinos en todo este tiempo. ¿Cuál puede ser la razón?–. Este hombre solía usar la bosta del toro para encender fuego.
Finalmente, el toro murió. Una zorra estuvo tres años comiéndoselo y lo terminó. Después de esto, sólo quedó en el suelo el omóplato del toro. Sobre aquel omóplato setenta guerreros acamparon y levantaron setenta tiendas. Después que los guerreros se marcharon, vino un pájaro y se llevó el omóplato en el pico. El ave se posó en los cuernos de un macho cabrío. Debajo de las barbas del macho cabrío vivía un viejo con su mujer. Al pájaro se le cayó el omóplato dentro del ojo del viejo. Juntáronse los vecinos con palas y azadones, pero no pudieron sacarle el omóplato. Entonces la vieja le lamió el ojo y sacó el omóplato...
¿De todo esto qué era lo mayor? Si se respondiera: «El omóplato», sería la idea de un tonto. Si se respondiera: «El águila», sería la opinión de un inculto. Si se respondiera: «El viejo», sería el pensamiento de uno perspicaz. Si se respondiera: «La vieja», sería la idea de un miope. Si se respondiera: «El macho cabrío», sería el pensamiento de un sabio. Si se respondiera: «Los setenta guerreros», sería el pensamiento de uno con multitud de ideas.

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